- Balas? dije. El sargento Martinez agarró mi brazo tan fuerte que creí que lo iba a despedazar, como yo podría hacerlo con una baguette tibia y crujiente de las que compro en Dean and De Luca. Mientras lo hacía, sus ojos rojos hicieron una pequeña corrección.
- Municiones, dijo.
- Perdón, Martinez. No sabía, dije.
Al y yo nos quedamos inmóviles, en silencio, hasta que los cigarritos se consumieron sin la acción de nuestros pulmones y los cafés, helados.
Veinte minutos en una final del fútbol, es arena entre los dedos. Pero esa mañana creí que no pasarían más, su silencio me llevo a inicio de las primeras guerras entre los primeros sendentarios, que poblaron los valles entre el Eufrates y el Tigris. Peleaban por comida. Martinez fue a una guerra sin saber que causa justa defendía. "Justicia", pensé. Es como Dios, Muerte, Magia. Palabras indefinibles.
De pronto Martínez, que tenía la vista fija en su recuerdo, susurró "municiones". De pronto, habló. Quebró al silencio.
- La diferencia está en que una bala, en Vietnam, era para los superiores, que solo cargaban pistolas, para sentirse parte importante del circo, dijo y luego prosiguió levantando un poco más la voz o, tal vez, en el mismo tono, pero con más ira. Todavía siento a mi fusil M16 sobre mis espaldas. Llegué a considerarlo mi mejor amigo, mi cruz, mi pesadilla. Lo llevé durante 2 años. Hizo una pausa. Luego prosiguió. Sabés cuanto pesa un M16?
Me quedé en silencio. En ese crudo momento, en donde mi compañero de plaza, de café, era un veterano de Vietnam, el Sargento de Infantería Martinez que no había pasado una buena noche, haber respondido algo, hubiera sido una torpeza. Me sentí un inútil, un tribial escritor liviano de un blog patético, bancado por un excéntrico amante del arte. Inmigrante novato. Me sentí de más, creo que eso define el momento.
Martinez prosiguió.
- Cinco kilos. En tu espalda. Todos los días, durante dos años. Movió un poco su silla de ruedas y soltó una carcajada.
Entonces ahí fue que me desperté, con la carcajada de hace un par de meses del Sargento Martinez y el timbre que sonó, pero que en la ensoñación, escuché unos segundos después. O tal vez no, tal vez el timbre fue la voz de la carcajada y me despertó.
Me incorporé agitado. No supe en donde estaba. Tuve que recurrir a mis ojos, dar un paseo por la habitación para darme cuenta que estaba en NY. El segundo paso fue saber que día y que hora eran. El timbre sonó de nuevo, miré mi reloj (duermo con reloj) y eran las siete.
- Ama!! grité. La puta madre. Me quedé dormido.
Quedamos en que la segunda cena - la primera fue en su casa- lo haríamos en la mía. Bajé la escalera como si se tratara de un tobogán. Corrí, así como estaba, con una remera con la lengua de los Rolling Stones (comprada en la calle Lavalle hacía 15 años), unos boxer negros y una sola media puesta.
Abri la puerta. Era Ama, obviamente.
- Original, dijo y sonrió.
- Perdoname Ama, no tuve un buen día, me tiré un rato para estar pilas y me quedé dormido, le dije mientras ella me besaba la frente y pasaba con una botella de Merlot en la mano, tratando de ahorrar la explicación.
- Estás lindo así, dijo y sonrió. Me volvió a besar la frente. Tenés el seño fruncido. Dormiste bien?
Me senté en la silla, de pronto me la imaginé con ruedas, me entró a picar todo el cuerpo. Ella accionó el dimmer y buscó una luz tenue. Me miraba desde toda su altura. Tal alta, tan morocha. Me dió la sensación de que entendió.
- No. Soñé con la guerra.
- Tan ancestral.
- innecesaria, dije.
- Depende, replicó.
- Depende de qué!, le contesté de mal modo. Las secuelas se pagan con vidas.
- La vida no vale nada. Me dijo con la cara más neutra que jamáshaya visto.
- No lo sabés, no la perdiste.
- No, pero la guerra mata. Una auto mata. Una maceta mató a mi madre.
- Hablo de miles de vidas, le respondí de mal modo.
- Empieza la guerra, acá, ahora?, me respondió desafiante. Apoyó con desición la botella sobre la barra de la cocina. Me relajé.
- No, disculpame. Dije, dando un profundo respiro.
- Abrí el Merlot y mostrame tu cama, replicó. Fue hasta el I Pod y puso un tema de Ella Fitzgerald.
Gustavo Bonino
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