Linda Roberts es de esas mujeres que la primera vez que su cuerpo toca una cama, se quedan, al menos una semana instalada. Está casada, aún. Con su esposo llevan bien el negocio gastronómico, no se molestan. Cada uno sabe el uso de la libertad que tiene el otro. Por eso, para Fredrick, tal es el nombre de su marido, que haya estado ausente de su casa una semana, le importó poco y nada. Seguramente él habrá aprovechado para hacer lo propio. Hoy por hoy con Linda somos amigos y de vez en cuando hacemos algo más. Ella cambia de "hombres trofeo", como yo de remeras.
Nos levantábamos a las 8 AM, yo preparaba el desayuno, le ponía la correa a Luca y la acompañaba hasta el Metro y me iba a bucar café o el USA TODAY, o cigarros a lo de Al. Hombre de códigos fuertes. Tiene un cierto tono a Vitto Corleone. Es seco, de corazón enorme, si alguien se mete con los suyos, no duda en sacar el bate de baseball que tiene detrás del mostrador. Un bate que se compró en la Isla Margarita, de Los Leones de Caracas. Es fanático de los basebolistas Venezolanos. Argentino, que hizo el secundario en Caracas, emigró por poco tiempo a Miami para luego irse a New York.
Se le mezcla el tu con el vos. Y eso y otras cosas, lo hacen un tipo tan querible... Luca lo ama y es el único animal que tiene permitido el acceso a su negocio, así esté prohibido, así le caiga una inspección con Luca adentro. Y Luca no es exactamente un perrito faldero. Me llega a la cintura. Pero Al sabe manejar sus asuntos. Y lo hace muy bien.
Luego de aquella semana con Linda, y al tener poco trabajo en el Blog, actividad que se iba en picada con la aparición de nuevas y más rápidas e histéricas redes sociales, debía concentrarme en mi segunda novela. Viví durante un tiempo del adelanto que me dieron, pero el tiempo es oro, el tiempo vuela, el tiempo es plata.
La temática era, lo es, el libro, al día de hoy, está publicado, la convivencia que ocurre en un tercer piso por escalera, en un obsoleto edificio en Queens entre las personas que habitan los cuatro apartamentos dicho piso. Convivencia de distintas culturas, razas. Y es, diría un biólogo, un ecosistema, una pequeña sociedad que representa a la sociedad con la que nos topamos en el día a día. Debo reconocer que tuve que leer el Zoo de Cristal y un par de cuentos de Discépolo: "Mateo" y "Babilonia". No me faltó Cortázar y sus AUTOPISTA DEL SUR o LAS MÉNADES. Aunque las distancias eran enormes, yo encontré grandes acercamientos entre estos textos.
Estaba por llegar, en aquel entonces, un amigo de Argentina, autor, desde luego (vino a hacer una adaptación para Argentina y España de una obra que hace años se da Broadway y debía conectarse con el dueño de los derechos, repasar los textos, etc.) y me vino bien la mano que me dio. O tal vez no. Tal vez no me interesó lo que me propuso. Pero sirvió escucharlo, porque del NO ajeno, sale el SÍ propio. Hay veces en que concilias fácil, vas por los mismos carriles, los mismos mambos. Pero eso es harto difícil que ocurra. Supongo que en un jarro, lo más importante del mismo, es la parte inmaterial, o sea, el vacío que le dá la entidad de jarro, si no logra albergar líquidos, pues entonces ya deja de ser un jarro. Otros ven como lo más importante a la estructura de jarro. El material que le da forma y no función.
Hoy por hoy, mientras tiro los días paseando con Luca por el Central Park, veo mucho cine en mi portátil y extraño muchas cosas que ya deberían estar envasadas y etiquetadas. Aún así se siguen moviendo dentro mío.
"Soltar a tiempo es difícil, pero hay que hacerlo", me dijo una vez un maestro de la dramaturgia.
Pero me pregunto, cómo será soltar el dolor de la pérdida que te corre por las venas?. Ese mismo dolor que quedó encallado en el alma. Ya estaré atrapado? No habré podido soltar a tiempo?
Gustavo Bonino
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