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sábado, 24 de marzo de 2012

TOTALMENTE DESIERTO



Caminé por el desierto. Interminable. Me costaba creer que estaba en California. Yo, un pibe porteño. Del bar La Paz, de la pizza media masa,  en donde en materia de sexo, se habla de "bombacha" y no de "panty", de "acabar" y no de "vente, vente" o "me corro, apúrate que me corro". Y lo peor, el "oh yeah babe, yeah babe, oh yes!!".
Detuve el auto alquilado, en cualquier parte del inmenso desierto. Y me puse a andar por ese mar rojizo y algo más bajo que las pálidas dunas de la costa argentina. Esas en las que alguna vez me metí con tíos y primos en unas vacaciones y mis ellos nos hacían creer que estábamos cruzando el Sahara, y nos vendieron todo tipo de peligros, los cuales compramos todos. Por esas épocas ya leía a Sandokan y mi imaginación volaba más que las gaviotas.
Qué curioso, ahora que lo pienso, algo me lleva a los desiertos. En Venezuela me interné en el Desierto de Coro, camino al mar Caribe, el extremo más al norte de Venezuela.
Será que los desiertos tienen algo de laberinto. Una tentadora puerta de entrada en donde todo está por verse  y múltiples puertas de salida. Solo que el desierto no tiene paredes. No hay engaños. Todo está a la vista, pero te deshace igual. Te convierte en un terrón de azúcar entrando a un café caliente.

De pronto me siento en la arena tibia, tomo un puñado y juego al reloj dejando caerla despacio por un agujerito de mi puño. Pienso en tantas cosas. Pienso en la palabra desierto. Mi coincidencia con ellos. Nada casual. Si estoy acá sentado es porque estoy vacío y sin rumbo. Estoy desierto.
Me acuesto. Me estiro de frente a un cielo algo nublado. El viento levanta arena. Me pica la cara.
Buenos Aires, NY, Gina, Ama y Kiara, que ya debe caminar. Pienso en Al, que está cuidando a Luca. Pienso en Luca, en como nos encontramos. Sonrío, una resolana me pega en los ojos. Los cierro. Me quedo dormido.
Sueño con la posible edición de mi próximo libro. Con Gina sentada toda de negro en primera fila en la entrega de un premio al libro.  Sueño con aviones que vienen y que van y no paran de pasar. No me dejan hablar al público y la gente aplaude igual, a rabiar. Aplauden gustosos al placer de no escucharme.

Me despierto. Es como un cuarto oscuro. Es de noche. Esbozo algo para llegar al auto. Imposible. Leer el libro que llevo en la mochila. Imposible. Saco de ella una cajita y un encendedor. Lo enciendo hasta que me quemo. Lo suelto, por suerte de un manotazo lo encontré, ahí, en medio de esa oscuridad necesaria. Ese apagarme. Ese desaparecer. De la caja saqué un porro y me lo fumé acostado, tranquilo. Viendo unas estrellas enormes.
Y pensé. Pensé en el futuro. Pensé en dos ciudades. Pensé en dos mujeres.

Gustavo Bonino