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viernes, 30 de noviembre de 2007

POESIA - La trampa de la bestia


La trampa de la bestia


Te encerraron,
en el infranqueable laberinto
que propuso, como castigo
o como destino, el griego.

Te mides,
inútilmente,
del desenfreno impaciente
del sediento minotauro.

Amaneces sin saber quien eres
bajo un número infinito
de paredes simétricas.

Pasas la vida repitiendo
marchas y contramarchas,
conjeturas inútiles, planes.
Jamás darás con la salida.

Un sueño te atrapa, débil.
Bocado de la bestia.

Sus cuatro patas ansiosas,
como los ilimitados ojos de Jano,
levantan el polvo que te cubrirá.

Sus ojos humanos,
juzgarán tu final de bestia.


Gustavo Bonino

CUENTO: LA ESCALERA

La escalera

Pasqualino Barone, Lino para los conocidos, nació hace sesenta y ocho años en la comuna de Pola, en su bella Italia. Hoy, en una clínica de la calle Tres Sargentos, está a segundos de morir.
Antes de irse, antes de entrar a aquello que ya vislumbra, mira cuidadosamente el entorno desde su quietud. Escucha su respiración como si sus oídos estuvieran invertidos. Tal vez porque el cuerpo en estas circunstancias filtra la zozobra y la queja ajena. Pero la vista es inevitable. Ve abrazos, pañuelos, un rosario en los enormes dedos de una mujer gorda. Todo le ocurre con mucha dificultad. Apenas si puede girar la cabeza y ve un ramo de rosas amarillas. Piensa en lo ordinarias que son, en que él tendrá, en breve, el mismo destino que ellas. Sonríe tenue, sin mover su cara, bajando con mucha lentitud los párpados, volviéndolos a subir.
Está quieto y tranquilo. La tranquilidad que nos regala –irónicamente- la agonía cuando nos suelta. Su vista lo saca de la habitación, escapa hacia el paisaje que hay detrás de la ventana. Ve un parque con palomas y más allá, edificios. Se detiene en la puerta de entrada de uno.

Lino entra. Sube el primer escalón de la escalera. Lleva un sombrero que le cubre media cara. Sube el segundo escalón de esta escalera silenciosa. Está decidido. Sube otro escalón en ese edificio. Cientos de miles de zapatos ya subieron. Lino alza el pie que lo llevará al quinto escalón. Allá, en el décimo, ve bajar algo. Se sorprende de su forma. ¡Un pavo real con una llave dorada en su pico!. Detrás del pavo, sigilosa, lo sigue una mujer con una venda en los ojos, un vestido de gasa roja y una cuchilla de campo. Lino no repara en la mujer, sino en la llave que lleva animal. La mujer parece no tener consistencia, como una figura de humo. Pero esto no lo extrañó en lo más mínimo.
Lino sube otro escalón, el séptimo. Da el octavo paso. Al entrar en el noveno escalón se le antepone un enorme verdugo encapuchado que viene contando un alto de billetes. De pronto ve al Lino y le dice con fina voz de mujer "Ah, es usted..." y se echa a reír a carcajadas. "Es allá arriba" concluye, haciendo señas con su pesado dedo pulgar hacia una instancia superior e inexistente ahora.
Dispuesto a subir el escalón número diez, siente en sus espaldas una música, una vieja banda descolorida sube por detrás de él a toda prisa. Algunos músicos lo atropellan. Todos llevan puestos vendas en sus ojos. El trompetista se da vuelta y mira inútilmente su reloj y le hace con la mano un gesto de que es tarde o de que se apure.
Al llegar al vigésimo escalón se encuentra con el primer descanso y la primera puerta. Lo detiene el chirrido de un colchón y gemidos de mujer. No se acerca a la puerta, pero de todas formas lo tienta mirar por el cerrojo. Como si el cerrojo hubiese adivinado las ganas dLino, comienza a agrandarse en forma de boca y le traga la cabeza de tal forma, que ésta queda del otro lado de la puerta, dentro de la habitación. Lino ve un gran calidoscopio. En medio de esa gelatina rojiza con destellos azules y verdes hay dos mujeres acostadas entre túnicas color lila, besándose. Reconoce a una de ellas. Ella también lo reconoce y lo invita a pasar. Asustado, intenta apartar su cabeza del cerrojo, como un domador tratando de hacer lo propio de la boca del león. El cerrojo escupe la cabeza dLino y vuelve a su forma y lugar y, una vez que vuelve a ser cerrojo, toma la forma de una boca y comienza a recitar un poema en lunfardo. Lino queda inmóvil escuchando ese poema ya escuchado tantas veces.
Sigue su marcha ascendente. Camina todo el primer descanso y cambia de dirección. Si antes subía en dirección Norte, ahora sube en dirección Este, que comienza con el escalón veintiuno. Detrás suyo, aún más atrás que la puerta que acaba de dejar, oye los pasos de una multitud que sube a toda prisa. Esto lo detiene un instante, ahora continúa.
Sube ya el escalón treinta y dos sin sobresaltos. Se detiene un momento a reflexionar, pero su mente está en blanco. Se sienta. Se da cuenta que puede entender el universo. Por ejemplo, ve la entrada triunfal de Cambises, hijo de Darío, a Egipto. Siente la declinación de un Imperio. Ve a un niño en Texas, tirar un trozo de pan en un callejón de barrio latino. También ve los ojos brillantes de una rata que está al acecho de semejante bocado. Pero aún más, siente el latir de su cuerpecito. Siente la tibieza de su panza. Ve también una persona muriendo de cáncer, sola, en una casa al este de Glasgow. Ve a cuatro estudiantes en la ciudad de Buenos Aires aturdidos, en este mismo momento, por un examen. Siente la sensación de suicidio que se apodera de uno de ellos, ve las gotas de sudor de su frente, se llama Guillermo Pratt y morirá mañana, en su cuarto, a las nueve de la noche, luego de haber rendido mal. Deja carta a los parientes. Ve cientos de miles de huesos en el osario común del cementerio de la Chacarita. Ve galopar a un caballo en la vasta llanura pampeana. Ve a una mujer japonesa masturbarse en el baño de un tren con una foto que tomó con su celular.
A la altura del escalón cuarenta y tres, entra en el segundo descanso y ve, como en el descanso del piso inferior, una puerta. La segunda.
La puerta se abre y sale, detrás de ella, un torrente de agua que lo moja hasta los talones. El torrente se va apaciguando y se descubre detrás de él a un niño que se ríe con todas sus fuerzas. “Ese niño”... piensa. Se sorprende de volver a ver a ese niño. Lino le sonríe al niño que sigue riendo a carcajadas.
Pasar el descanso de la segunda puerta es sinónimo a ascender en dirección sur. Detrás, el ruido de los pasos de una multitud son más intensos - cercanos - que cuando estaba en el escalón veintiuno.
Lino se ayuda ahora con la baranda para subir. Es la primera vez que la toca. La siente fría, húmeda, como si estuviera abrazando el contorno de una serpiente.
Lino se siente en la cuenta regresiva. Esto no puede entenderlo. Justo él que pudo entender tantas cosas ajenas, no puede entender esta circunstancia, que está deliberadamente quitada del sistema que nos sostiene. Le queda un puñado más de escalones, diecinueve, para llegar a su puerta. Diecinueve y no veinte, “caprichos de la matemática”, piensa.
Comienza a sonar un piano. El aire se vuelve más llevadero, los movimientos, todos los movimientos del mundo, él vuelve a percibirlos, ahora en cámara lenta, puede sentirlos a todos. Le es muy fácil percibir cada acto por pequeño que sea. Esto le causa gracia. Juega con esta ventaja. Por ejemplo, ve en el techo cómo una mosca se juega la vida en la pegajosa trampa de la araña, siente los pormenores de la tragedia, los inútiles ruegos de la mosca, sus pedidos de auxilio, sus patas movedizas pegadas a la ineludible trampa. El acercamiento inexorable de la araña.
Se le ocurre pensar que el tiempo, todo el tiempo, tiene un destino ya resuelto y que el azar es - ríe al pensar esto – en todo momento un túnel en permanente estado a transitar, en donde navega el tiempo. Que la explicación radica ahí. No importa que el tiempo navegue dentro del túnel, ya sabemos del túnel.
Faltando diecisiete escalones, siente ya muy cerca los pasos de una multitud. Entra en el escalón dieciséis. Un niño baja a toda velocidad perseguido por un celador que lo corre con un puntero. El celador, un hombre de cabeza con minúsculos rulos colorados, se detiene y reconoce al Lino, siente culpa, pero retoma su carrera detrás del niño que se le escapa.
Faltan trece escalones. Se le anteponen en el doceavo escalón dos gotas que caen de su rostro. Él las ve caer con mucha precisión, observa el cuerpo de ellas, una más grande que la otra, ve a esos dos corpúsculos cayendo lentamente, desprendiendo del cuerpo principal otros pequeños trozos de gota, todos cayendo hacia la superficie plana del escalón.
Cuervos revolotean por las escaleras, desde planta baja hasta donde está él. Van y vienen. Si se pudiese adivinar su estado, se diría que están eufóricos. Locos de contentos, alguno llega a desacomodarle un poco el sombrero.
Faltando apenas diez escalones ve bajar a un hombre más joven que él, también de sombrero de ala, que al querer hablar escupe el sonido de las teclas de una máquina de escribir. Intenta contar algo, pero no puede y se retira muerto de vergüenza.
Cuando ya solo faltan cinco escalones para llegar a su puerta, los cuervos están más excitados que antes, y no faltan los primeros atrevidos y audaces que comienzan a picotearlo en la espalda, en la cara y le desacomodan el sombrero con más intención. Ayudado aún por la fría baranda, Lino se dispone a terminar la escalera. Solo le faltan tres escalones para llegar, tres escalones que cuestan más que todos los ya superados. Faltando tan poco, nota que tiene a sus costados a un hombre y a una mujer. Estos comienzan a empujarlo de un lado a otro, como si en lugar de empujarlo se pasaran una pelota. Al fin se aburren y lo dejan y comienzan a bajar entre gritos y manotazos. Los gritos se confunden con los graznidos de los cuervos. El piano que antes se percibía suave en el aire, ahora se suma a tanto escándalo. Como si un invisible ejecutante, le pegara a las teclas con una emoción desmedida. Lino mira hacia adelante. Está frente a la última puerta. Esto no lo escandaliza. Sube un último escalón y la puerta final comienza abrirse y los pasos de la multitud ya están justo detrás de él y lo empujan dentro.
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Gustavo Bonino
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Por favor, si podés dejá tus comentarios. Me interesan mucho.
Muchas gracias!!!!

lunes, 26 de noviembre de 2007

CUENTO: LÍMITES


Para siempre cerraste alguna puerta
Y hay un espejo que te aguarda en vano;
La encrucijada te parece abierta
Y la vigilia, cuadrifronte, Jano.

Jorge Luis Borges

Límites

Hijo, ansioso, espera a Padre sentado detrás de los barrotes. Padre viene caminando del otro lado de los barrotes hacia Hijo con los brazos vivos, brazos de abrazo.
Padre se acerca y sonríe a Hijo. Hijo está grande, nota Padre. Aunque loco como siempre.
Hijo está feliz de ver a Padre que se le acerca.
Conversan largo rato. Hijo pregunta por la vida. Padre cuenta que todo bien, rutinario como la vida de Hijo, seguramente. Hijo asiente con la cabeza.
Padre e Hijo comparten un pan de miel que Madre prepara tan bien. Siempre es bienvenido el Pan de Miel de Madre, en las visitas.
Madre no va. No le gusta como huele el Pan de Miel ahí. Comer entre los barrotes. A Madre no le gusta eso. Por eso no va.
Padre e Hijo suelen jugar con el gastado ajedrez de Padre, aunque Hijo tiene sus juegos también. Cartas, dominó, cosas que hacen cómodo el traspaso de las manos a través de los barrotes, sin que el juego pierda dinamismo.
Padre gana al Ajedrez. Y le gusta poner el tablero del lado de Hijo.
Después, como siempre, Padre lee cartas de Madre a Hijo.
Al mediodía, los barrotes se levantan y ambos caminan por un patio con piso de concreto y pasto silvestre que se cuela entre las grietas. Hablan de casa, de Madre. Hijo se pone mal cuando Padre habla de Madre. Extraña. Extraña muchas cosas que se hacen de a tres.
Al atardecer los barrotes los separa nuevamente.
Padre, dobla las cartas de Madre, las mete dentro de los sobres. Son muchas, siempre. A Hijo le encanta escuchar como Madre escribe.
Padre se levanta, abraza a través de los barrotes a Hijo.
Hijo sufre cuando Padre se da media vuelta y se va.
Hijo queda mirando ese instante en donde Padre llega nuevamente a la silla y se sienta. Padre sufre cuando el guardia, toma de un brazo a Hijo y se lo lleva, lentamente, hacia la salida.


Gustavo Bonino


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domingo, 25 de noviembre de 2007

POESÍA - MIENTRAS PASEABA UNA TARDE


Todos los relojes de la ciudad

comenzaron a vibrar y a sonar.


No dejes que el tiempo te engañe,

no lo puedes conquistar.


En inquietud y preocupaciones

vagamente la vida se desgrana.


Y el tiempo seguirá reinando

hoy o mañana.


W. H AUDEN 1907 -1973


Biografía


Poeta, dramaturgo y crítico literario norteamericano, considerado por muchos como el poeta más influyente de la literatura inglesa desde T.S. Eliot.

Hijo del médico George Augustus y de Constante Rosalie Bicknell, Wystan Hugh Auden nació en York, Inglaterra, el 21 de febrero de 1907. Un año después su familia se traslada a Birmingham, donde el padre ejercerá la medicina y dictará clases de salud pública en la universidad. Auden en un principio se interesó por la ciencia, pero pronto centró todo su entusiasmo en la poesía.
En Gresham's School, en Norfolk, cursa sus estudios secundarios, especializándose en biología.
En 1925 ingresó en el Christ Church College de Oxford, en el curso de filología ingles donde se convirtió en la pieza central de un grupo de intelectuales entre los que figuraban Stephen Spender, Christopher Isherwood, Cecil Day Lewis y Louis MacNeice. Antes de decidir sus estudios superiores, antes incluso de descubrir su vocación poética, Auden quería ser geólogo o ingeniero de minas
Después de concluir sus estudios, en 1928, fue maestro de escuela en Escocia e Inglaterra por espacio de cinco años.
En la década que va desde su egreso de Oxford hasta su partida a los Estados Unidos, Auden pasará una temporada en Berlín (1928-1929), donde recibirá la influencia de la poesía alemana y el teatro de Brecht; será maestro en Helensburgh (Escocia), y luego en Colwall; viajará a Islandia, China y España. Son años de gran producción, en los que además de poesía, escribe teatro (en colaboración con Isherwood) y guiones para cine. Para entonces, Auden ya era considerado el poeta inglés más importante de su generación.
Durante la década de 1930, Auden formó parte en Londres de un círculo de prometedores y jóvenes poetas caracterizados por su marcada tendencia izquierdista.
Su libro Poemas (1930), con el que consolidó su fama literaria, estaba basado en el hundimiento de la sociedad capitalista inglesa, pero también mostraba una honda preocupación por los problemas psicológicos.
A continuación escribió tres obras de teatro en colaboración con Isherwood: El perro bajo la piel (1935), El ascenso del F-6 (1936) y En la frontera (1938).
En 1935, se casó con Erika Mann para proporcionarle un pasaporte británico y ayudarla así a escapar de la Alemania nazi. Su pareja de toda la vida fue sin embargo Chester Kallman, a quien conoció en Estados Unidos.
En 1937, colaboró con los republicanos en la Guerra Civil española, conduciendo una ambulancia. Ese mismo año recibió la medalla de Oro del Rey a la poesía, máximo galardón en su país.
En la Guerra civil española, Auden se alistó como brigadista, ocupando un lugar como camillero en una unidad sanitaria. De todos modos no es mucho lo que el gobierno republicano dejaba hacer a los intelectuales, ya que consideraba que la sola presencia de estos en territorio español, era la mejor forma de publicitar la causa. Auden permaneció poco tiempo en España, regresando a Inglaterra con cierta desilusión por lo visto y oído, sobre todo en cuanto al trato recibido por los sacerdotes de parte del bando de la República.
La secuela artística de esta experiencia es "Spain 1937". El poema fue publicado por Faber & Faber, y las ganancias destinadas a la ayuda médica durante el conflicto. El poema es mucho más que un llamado a la defensa de la causa de la libertad en España. Es a la vez una compleja fábula moral que trasciende el tema, donde el autor establece un diálogo posible entre el pasado, el porvenir, y un presente dominado por la urgencia, la necesidad de tomar una decisión que podría en cierta forma, determinar el curso de la Historia.
Tras viajar a Islandia y China -en compañía de MacNeice e Isherwood respectivamente- escribió Carta desde Islandia (1937) y Viaje a una guerra (1939).
El 18 de enero de 1939 Auden e Isherwood se embarcaron rumbo a los Estados Unidos a bordo del transatlántico francés "Champlain". A poco de llegar, la muerte del gran poeta irlandés W.B. Yeats, va a dar motivo a uno de los poemas más famosos de Auden. "En memoria de W.B. Yeats" Auden posteriormente adoptó la nacionalidad estadounidense.
En este país trabajó activamente como poeta, crítico, conferenciante y editor.
Su Hombre doble (1941) y Por la hora presente (1944) reflejan una creciente preocupación por los temas religiosos.
La edad de la ansiedad (1947), un largo poema dramático que comienza en un bar de Nueva York, le hizo merecedor del Premio Pulitzer de Poesía en 1948.
A partir de 1948, Auden, que dos años antes había adoptado la ciudadanía norteamericana, alternó su estancia en Nueva York con viajes a Europa durante el verano, primero a Ischia, y luego, a partir de 1958, Kirchstetten.
Las autoridades municipales de ese pequeño pueblo de Austria, de apenas ochocientos habitantes, decidieron en vida del poeta, poner su nombre a la calle donde estaba su casa. Por otra parte, hacia la misma época le fue otorgada una cátedra en Oxford, lo que lo obligaba a pasar algunos meses del año allí.
Entre su vasta producción cabe mencionar Poemas completos (1945), El escudo de Aquiles (1955), Poemas extensos completos (1969) y varios libretos de ópera escritos en colaboración con Kallman.
Entre 1956 y 1961 fue profesor de poesía en Oxford, y en 1972 regresó a Christ Church como escritor residente. Auden guarda cierto parecido como poeta con T. S. Eliot.
Al igual que éste, poseía un ingenio frío e irónico, a pesar de que era profundamente religioso. Sin embargo, se preocupó mucho más por los problemas sociales. Dotado de una asombrosa capacidad de análisis psicológico, Auden poseía además un exquisito talento lírico. Su influencia en las generaciones de poetas posteriores ha sido inmensa. Muchos críticos lo consideran un maestro de la poesía; su rigor intelectual y su conciencia social, combinados con una fluida mezcla de estilos y una habilidad consumada, lo convierten en parangón de la poesía moderna
W.H. Auden murió en Viena el 29 de setiembre de 1973

jueves, 22 de noviembre de 2007

POESIA - COLONIA EN MI.



COLONIA


Rosario de botes.
La misma madera
que forjó las ruedas
del paso triunfal
del bravo Artigas.
Un muelle simple,
le da principio
a un río infinito.


Desde otro lado
una terraza,
simples casas,
el empedrado,
patio y farol
que alguna vez fueron
imprescindibles
y que en estos tiempos
se entreveran
con la siesta
y la indiferencia.


Gustavo Bonino






CUENTO: WELCOME BACK - El otro lado.


“No sé si estoy despierto, o tengo los ojos abiertos”
Andrés Calamaro.
Se podría asociar este cuento como una continuidad de EXIT (SALIDA). Pero solo por un mero juego de asociaciones.

Welcome Back (bienvenida)
Desde el piso y en el estado último en el que estaba, era lógico que Ana sintiera así. Detrás de sus párpados cerrados vio dos puertas. Una que decía “Vigilia" y otra que decía “¿Estoy soñando?”. Las vueltas, el vértigo no cesaban. Era inútil detener la licuadora. Vio luces que mezclaban sus colores y formaban uno. El rosado pálido, que se inclinaba hacia un tenue color champagne.Los sonidos se volvieron ruido. Escuchaba sí, pero en su interior. Una canción lenta y pesada, como su mente.
Desde una lejanía incomprensible, notó que “otra” Ana se le acercaba nadando en un mar gelatinoso, color champagne al ritmo armónico de una canción que rezaba lentamente: “There´s a woman dancing into the calodoscopie…”
Se acercaba, sí. Su cara. “Oh! Mi cara, tengo miedo”. Su cara. Frunció el seño y pudo sentir el ínfimo detalle de los pelos de las cejas entreverándose.
En su estado –dicen- es difícil pensar en algo que no esté relacionado con ese momento último y fugaz. Sin embargo ella recordó una caminata hacia la panadería, con su prima, de chicas, luego de terminar de regar las plantas en la casa de tía Celia, en Ciudad Evita. La recordó más por el hombre que con una fuerte mirada le asesinó su frágil humanidad de los nueve años, que por la caminata o la docena de panes de leche recién horneados. Esa mirada le despertó la vergüenza de su cuerpo que crecía. Ese par de ojos que jamás volvería a ver, la hicieron mujer.
Trató de abrir aún más los ojos a esa otra Ana que se acercaba flotando en el calidoscopio gelatinoso. Por fin la licuadora cesó sus vueltas. El ruido se volvió sonidos y los colores se separaron. Una cachetada del grandote de la puerta la sacó de la gelatina y la devolvió ahí, a donde había comenzado su viaje. La devolvió al suelo del boliche. Oyó sirenas a lo lejos y el último color que vio fue el negro de la campera del grandote.
De todo esto se acordaría más tarde, pasada la pesadilla, ya despierta, con Andrés apenas ido, en su cama que era un revoltijo de sábanas y ropa y platos y adornos para el pelo. Y ella, agitada como nunca. "No pegues en el parche cuando le des a la chancha". Ana recordó, aún en la cama, esa frase que Andrés dijo cierta vez que la invitó a su casa y la sentó en la batería solo para matarse de risa de su falta de ritmo. Se internó en ese recuerdo, acurrucándose profundo debajo del espeso cubrecama.
- No puede ser que con el ritmo que tenés en la cama, no puedas coordinar a dos palos con cinco tambores, dijo él, con una sonrisa fresca y sincera, de esas que suelen brotar cuando se está gestando el amor.
- El ritmo lo tengo en la cadera, no en los brazos. Le respondió Ana.
- Tus collares no los hacés con los brazos? replicó Andrés.
- Los hago con el alma, le dijo Ana en tono bajo, acercándole su boca al oído.
- ¿Cómo sentís tu vida?, Preguntó él, intrigado, cambiando de tema.
- No puedo explicártelo, pero, a veces, ni sé quien soy.
- Y cuando estamos en la cama?. - A veces no sé quien soy, repitió ella. - Al menos sabrás que lo estás haciendo conmigo, replicó Andrés, con un tono algo más serio. Ana se levantó y buscó, desesperada, un cigarrillo en un atado vacío. Andrés se la quedó mirando. Estuvo a punto de volver a preguntar, pero Ana lo cortó.
- Bajo al quiosco.
Un maullido cerca de la cama la sacó del recuerdo. No, no era Tixe. Era Pombo, el gato de una amiga que pasaba cerca suyo hasta detenerse frente a la cama, pidiendo autorización para dar el salto. “Pombo, me asustaste”.

Apenas Ana abrió los ojos de la pesadilla, sintió un ahogo enorme. Se sentó de golpe como si tuviera un gran resorte en la espalda, como si hubiera estado conteniendo la respiración bajo el agua durante cinco minutos. Entró en toses exageradas y jadeos profundos. Buscó al grandote de negro, las sirenas, la gente que la rodeaba en el boliche, pero se encontró con Andrés que, a su lado, trataba de recuperarla, cacheteándole las mejillas.
-Ya está!. Ya pasó, Ana. Fue una pesadilla!
- Andrés!, no quise hacerlo, pero vos estabas con ella… Estabas con Laura… Murmuraba desesperada, en medio de convulsiones, con la mente perdida todavía dentro del sueño.
- Ya pasó, mi amor. Estoy acá, con vos, le dijo él, tratando de cruzarla a la vigilia. Ella volvió a su almohada en silencio.
Cerró los ojos y se asustó. Gritó fuerte y los volvió a abrir muy asustada. Se aferró a Andrés.
De pronto se dio cuenta que Andrés tenía razón, que todo aquello del boliche, de la sobredosis de cocaína, de los dos chicos abusando de ella en el baño, de la licuadora había sido un mal sueño. Se quedó varios minutos en silencio.
-¿Con qué soñaste? Le preguntó él.
- Con una bienvenida, creo. Respondió ella y se dio vuelta para tratar de no pensar.
- Bienvenida a dónde?, murmuró Andrés, sin entender nada.
- No lo sé, pero no quiero ir, dijo ella de espaldas, sin siquiera voltearse.
Andrés miró la hora. Puteó al aire, se levantó y se fue. Antes de irse, ya en el marco de la puerta, volvió hacia ella para despedirse.
- Chau, le dijo ella, antes de que él pudiera balbucear cualquier cosa.Él amagó a volver a la cama pero Ana se tapó hasta la cabeza. Andrés suspiró, bajó la mirada y se fue.
Ana se mal vistió. Despeinada y sin arreglarse, atravesó el living, esquivando sillas rotas, compañeras de la feria que estaban desparramadas por cualquier lado, ropa tirada con desprecio, con el mismo desprecio natural en el que quedan tendidos los muertos en el combate. Notó colillas de cigarrillos consumidos con el correr de la noche y el descuido, dejando para siempre su huella en color negro, sello imborrable en el parqué; en todo caso, esquivaba una perfecta pintura del desorden con un orden implícito. El universo Ana. Un Guernica vivo. Y todo para controlar si Tixe estaba bien. Y Tixe -Dios aparte- estaba bien, su bracito de ángel abrazaba férreamente el muñeco que Andrés le compró alguna vez en la feria.
El hambre la sacó de la casa.
Abrió la puerta principal y la abofeteó la calle. Un resplandor la cegó por completo. Tantas horas sin ver el sol. Pensó en volver y buscar unos lentes, pero un poco de luz natural se imponía. Respiró profundamente la indiferencia de la calle y cruzó hasta el bar de enfrente. Notó en el calendario que ya era Martes aunque también advirtió que el calendario era del año anterior. Pensó en algo que le dijo su padre, años atrás, cuando aún eran padre e hija: “el almanaque de un año atrás sirve, solo tenés que adelantarle un día y tendrás el almanaque de este año”. Pero el recuerdo era vago y le urgía más una media luna de manteca entrando al café con leche que la exactitud del calendario y las habladurías de su padre, que para todo tenía una respuesta ilustrada.
Pero intuía por el cansancio de su cuerpo que había estado delirando durante muchísimas horas, producto del cóctel de drogas y alcohol. Mientras Andrés, más sobrio, se habría encargado de la pobre Tixe, que con tres años, no estaba en condiciones de reclamarle nada a su madre. Salvo el llanto, ese último recurso que muchas veces no daba resultado.
"Andres se va a cansar de mi". Pensó.
Sacudió su cabeza como quien trata de quitarse de encima una mosca.
- Lo de siempre, Anita?, dijo el mozo.
- Lo de siempre y unos Marlboro diez, Manuel. Pero el café que sea bien fuerte. Nada de leche, respondió. “Un café con leche sin leche”, pensó.
Una sonrisa le llenó la cara de vida. Se paró, notó que la miraban, pero no hizo caso. Agarró el diario de otra mesa.Lo leyó en el orden de siempre.
Espectáculos: barato y liviano. La vida feliz y exitosa de los famosos. La consistencia de la espuma.
Clasificados: Se le hizo un nudo en la garganta. "El contrato de alquiler se vence en un mes y, a como están las cosas, no hay renovación posible, Anita. Son novecientos collares por mes" pensó, resoplando.
Cuando agarró el cuerpo principal del diario, sintió que la seguían mirando. De pronto alzó la vista y vio a dos chicos, más allá, en otra mesa alejada, que les resultó conocidos. Ellos la estaban mirando. Uno se mordió en labio inferior como deseándola. Ana bajó la cabeza de inmediato. Sin entender porqué. Estaba en el bar de siempre. El sol estaba radiante, el día emanaba vida.
Por las dudas echó un vistazo a su alrededor buscando justificar la normalidad. Miró a los sucios banderines de fútbol colgados de la pared, a la vieja heladera mostrador de madera, llena de botellas y postres de barrio, colmados de crema, merengue y duraznos de lata. Más arriba, la alacena con botellas de ferné, ginebra, grapa. Sí, estaba en el bar, en frente de su casa. Todo estaba bien, no tenía motivos para estar intranquila.
Pero antes de volver la vista al cuerpo principal del diario, miró nuevamente hacia la mesa donde estaban los dos chicos. Lo hizo lentamente, como si ello fuera una fórmula para hacerlos desaparecer. Ambos seguían mirándola.
Ana volvió su cabeza al diario. Rápido. "EL PARO DEL CAMPO: Otra vez inquietud por el corte de rutas", leyó en voz alta, en la página nueve. Pasó de página con vehemencia y miró nerviosa hacia la mesa de los chicos que esta vez ya no la miraban. Solo hablaban entre ellos, tentados.
"Pelotudos", pensó y siguió, luego de un gran suspiro, pasando las hojas.
El ejercicio de abstraerse la sorprendió cuando levantó apenas sus ojos y vio su desayuno sobre la mesa.
“Pero si yo no vi cuando Manuel lo tra...”, balbuceó por lo bajo, sobresaltada, mientras corrió la cabeza bruscamente en busca de mozo a quien no encontró. Miró hacia la mesa de los chicos, que le quitaron la vista de inmediato.
Trató de poner un manto de normalidad y orden al miedo que la estaba invadiendo. Se dio cuenta de que estaba toda transpirada. Revolvió la taza, que no tenía café, sino leche. Leche pura y tibia.
-Pero, Manuel!, gritó. Al tiempo que se oyó una carcajada desde la mesa de los chicos.
Trató de acomodar la situación y de poner orden a esta sucesión de hechos inverosímiles, como cuando ocurre una desgracia y se quiere retroceder y volver a acomodar esa parte retrocedida de otra manera, desviando, inútilmente, la desgracia.
Apartó la taza.- Manuel!, gritó de nuevo, enojada. Su grito retumbó en el bar y produjo un eco exagerado, casi de montaña.
- Manuel, la cuenta!, gritó esta vez, pero con un tono de súplica, no de enojo. Encontró más silencio por respuesta. Pensó en salir corriendo del bar. Pero era mucho por nada. Porque no estaba pasando algo que realmente tuviera que preocuparla. Solo una confusión en la taza del café y dos chicos riéndose vaya a saber de que pavada, tal vez de sus tetas sin corpiño o simplemente de ella, de su pelo revuelto. Cosa de adolescentes.
Volvió la vista al diario tratando de encontrar en ese millar de letritas negras algo de calma.
Policiales. Leyó: “Muerte en la Disco, se habría esclarecido el caso”. Dejó de leer. Las manos le temblaban como una hoja. Se tomó la cara. Quiso un cigarrillo, pero Manuel no aparecía. Desesperada, miró hacia la mesa de los chicos. Estaba vacía. Pero había una nota atrapada entre dos vasos. Se paró cautelosamente, haciendo chirriar las patas de madera de la silla contra un damero centenario y acostumbrado. Miró hacia todos lados. La curiosidad y el miedo estaban empatados y en ese empate fue hacia la nota. La leyó: “¿No te acordás de nosotros, puta ingrata?. Seguí leyendo el diario”.
Una lágrima le rodó por la cara hasta perder la forma, como una caricia que va perdiendo consistencia en su recorrido. Volvió a su mesa, al diario. No tenía porqué hacerlo. Nada había pasado, más que una confusión en el café, un mozo que no aparecía, una nota dejada por dos tarados con mal gusto para las bromas y una noticia trágica, como las que se leen todos los días. Pero volvió corriendo al diario. Y leyó en letras más pequeñas, el copete del titular.“Los análisis del forense indicaron que Ana Bueno habría muerto de sobredosis de cocaína y no violada por los dos chicos, como se presumió en un principio”. Ana cerró el diario. Comenzó a llorar.
- No, Ana Bueno está acá, dijo entre sollozos, arrugando un poco la noticia.
- Y linda como siempre, remató Manuel, tomándola del hombro, con una confianza poco habitual.
- Manuel!, dijo Ana, sobresaltada. Dónde estabas. Te llamé.
- Qué novedad, todo el mundo me llama, Anita. Le respondió con una sonrisa muy tierna.
Ana se lo quedó mirando a los ojos con extrañeza.
- Perdoname. Te gustó el café?, le pregunto Manuel con mucha cortesía. Ana estuvo a punto de decirle que solo le había traído leche, pero también quiso mostrarle que su nombre estaba en el diario. Giró la cabeza hacia la mesa de los chicos, empujó con un dedo la taza, tratando de decir algo que jamás dijo. Aleteaba los brazos, desesperada, tratando de destrabar un nudo de explicaciones.
- Ahora vengo, dijo Manuel. Ana miró para todos lados.
- Pero si no hay nadie, Manuel. ¿Qué te pasa?. Atendeme a mi, carajo!. Gritó furiosa.
- Vos ya estás atendida. Respondió Antonio, a la distancia, perdiéndose entre las mesas.Ana cerró el diario. Miró de nuevo al reloj. Volvió a abrir el diario. Leyó de nuevo la noticia.
No quedó claro que es lo que volvió a leer Ana, pero debe haber sido algo inevitable. El gesto de su cara se relajó y mucho. Vio, a través de las ventanas, pasar a Andrés. Estaba con Laura. Los chicos pasaron detrás, divertidos.
Dejó diez pesos en la mesa. Hizo un bollo con la nota que los chicos le dejaron. Lo tiró hacia la taza de leche tratando de embocar, pero el bollo pegó en el borde y se cayó al suelo. Ana sonrió. Se paró con la paz de un atardecer de campo y salió a la calle.
Era un día radiante. Miró hacia arriba con una sonrisa plena. Una luminosidad tibia la envolvió por completo.
Gustavo Bonino

Por favor, dejame tu comentario clickeando el sobrecito que está más abajo de esta nota. Me interesa. Muchas gracias por leerme.


viernes, 16 de noviembre de 2007

CUENTO - EXIT (SALIDA)


“la naturaleza del amor implica, ser un rehén del destino”
Zygmunt Bauman, Amor Líquido.

EXIT (SALIDA)

Ana estaba sola. Se levantó como pudo del sillón de los reservados con los ojos húmedos. Para no seguir con la mirada en lo que acababa de ver, decidió voltear su cara y volver a casa. Encontró, a lo lejos, unas letras luminosas que decían: EXIT. Estaba tan mal que en un principio creyó estar leyendo TIXE, nombre con el cual bautizó a su hija para complacer a una buena amiga brasilera que vende en la feria con ella y que la ayudó mucho, no solo con la nena, sino en sus recurrentes bajones con Andrés.
Saber que había un escape en dirección opuesta a esa imagen, fue para ella una ayuda casi Divina. Cuánto mejor mirar hacia allí y aceptar la amarga realidad de que esas cuatro letras de neón, eran su mejor salida. Y cuánto más saludable para su vergüenza rota irse, que volver a girar y encontrar la dolorosa escena que le mostraría cuan profunda puede quedar enterrada un alma.
Supongo que la mezcla de tanta química con alcohol la hizo alucinar que estaba siendo víctima de un plan pergeñado especialmente contra ella. Las risas le parecían extremadamente lentas y exageradas. Las miradas, cómplices. Cientos de hormigas comunicándose entre sí con sus antenas inquietas. Todos contra Ana.
En su cabeza, el lugar daba vueltas a una velocidad insoportable. Vértigo nauseoso. Su último hilo de conciencia, ese que aún la sostenía para no terminar en el piso, era la mancha roja que decía EXIT.
“La vida es esto, una puta licuadora. Y ahora me toca a mi”, pensó.
Es sabido; hay un segundo -quizá menos- en el que todo lo que sentíamos como "seguro" se nos cae y pasamos a depender de una instancia, un azar si se quiere, que es completamente ajeno a nuestra voluntad. Como el paño de seda que cubre el cuerpo de la modelo y que de pronto cae, se desliza suave, dejándola desnuda, lista para ser carne del pintor.
El cartel de EXIT, inalcanzable. Tambaleaba, se tropezaba con todos. “Me empujan a propósito”, pensaba mientras se le hacía cada vez más difícil llegar a la salida.
No pudo más. Detuvo el lamentable zigzag de su marcha. Cayó de rodillas al suelo. Tenía una dura sonrisa en la cara. Pero lo que menos sentía era alegría. La licuadora empezó a dar vueltas y más vueltas a toda velocidad.
Antes de caer al suelo, Ana giró la cabeza con sus últimas fuerzas hacia donde no quería volver a mirar y logró distinguir claramente, desde dentro de la gran licuadora, a Andrés besándose locamente con Laura.
Esa fue la última imagen que se llevo antes de que su cara fuera detenida violentamente por el piso del lugar.

Ana llegó al boliche fumada, y con un cóctel de alcohol y ansiolíticos encima. Ya las medidas indicadas por su psiquiatra habían sido desobedecidas y las subas en las dosis eran proporcionales a la cantidad de días que tardaba Andrés en dar señales de vida.
Pero antes de llegar al boliche, bastante antes, todavía en el living de su casa, ya vestida para salir y con una toalla anudada a su largo pelo mojado, hizo una lista para convencerse de que no era su turno. Todavía tenía alternativas para no entrar en la licuadora, como ella solía llamar a la muerte por sobredosis de lo que fuera: drogas, alcohol, culpa y sobre todo angustia y soledad.
Tomó un marcador grueso, dio vuelta una boleta de gas a modo de libreta y trató de ordenar su cabeza. Escribió:
Andrés va a llamar. Llamó hace tres días. ¿O cuatro?.
Andrés no me quiere. No va a llamar.
“Lo último que comí”, pensó antes de seguir escribiendo. Comenzó a dar golpecitos de impaciencia con el extremo del marcador sobre la mesa ratona. Estaba irritada, le costaba conectar. Desde ahí veía la cocina; una acumulación de cacerolas, platos y vasos sucios, todos de distintos juegos. Un collage asqueroso.
“Sí, me acordé. ¡Arroz!. Fácil de cocinar, fácil de tragar, fácil de vomitar, si pinta el vómito”. Sonrió y anotó la palabra Arroz.
Siguió haciendo su lista.
La carne me da asco. No más carne.
No me queda leche para Tixe en la heladera.
Queda porro en la heladera, adentro de la caja de los huevos.
¿Mi amiga?
Miró una bolsita con cocaína que estaba sobre la mesa. Sonrió y siguió escribiendo.
Mi amiga fiel.
Mañana sí o sí vuelvo a la feria a laburar, no me queda más plata.
Tixe: lo mejor que le pasó a Ana en su vida.
Ana: lo peor que le tocó a Tixe en su vida.
Dejó de escribir, se reclinó sobre el sillón y cuando estaba a punto de tirar el marcador hacia la mesa, se incorporó con dificultad pero escribió con un trazo bien firme sobre la hoja, el último punto de la lista, en letra grande y de imprenta.
LA REPUTA MADRE QUE LO PARIO A ESTA VIDA DE MIERDA.
Y lo firmó. Ana.
Tiró el marcador, agarró la bolsita blanca que había sobre la mesa ratona y fue a su pieza a ver si Tixe seguía dormida.
La nena era tan hermosa que la hacía sentir más culpable. Rubia, con unas trenzas hechas en la feria. Tenía la nariz perfecta de Ana y los ojos azules de Andrés. Estaba abrazada a una muñeca de trapo que absorbió de inmediato un par de lágrimas que se escaparon de los ojos de Ana. Dormía con toda la paz que le faltaba a su madre. Se quedó un momento acariciándole el pelo. Le susurró un “te amo” sincero y salió entornando la puerta con la delicadeza de una madre ejemplar.
Levantó algunos juguetes del living. Se preparó el segundo destornillador e hizo un fondo blanco con él. En la lengua ya estaban esperando para entrar a su cuerpo un par de ansiolíticos.
Agarró el picaporte de la puerta de entrada. Giró la cabeza y miró la puerta de su cuarto, en donde descansaba Tixe.
Antes de salir y pegar un portazo del que se arrepentiría luego, se sacó la toalla de la cabeza, la tiró sobre el sillón y salió así, completamente despeinada. Una imitación vulgar de Medusa, aunque –sin sospecharlo- correría con el mismo destino de la mítica Gorgona.
Para poder entrar al boliche de siempre, besó apasionadamente al grandote de la puerta. Entró. Con otro beso al barman se sacó de encima la cola para llegar a un vodka con energizante. El tercero de la noche.
Se le cruzo un chico conocido. “¿Vamos a fumar un rato al VIP, Ana?”, le dijo él. Ella se negó.
El chico le sonrió y siguió su camino. Ana respiró profundo. Se frotó los ojos. Dejó el vaso en la barra. Trató de componerse. “Si no encuentro a Andrés en un rato, me meto en la licuadora”, pensó, mirando el sobrecito blanco que sacó de un bolsillo.
Miró su celular. Nada. Ni un mensaje. Estuvo a punto de marcar pero se dijo a sí misma en tono burlón. “Lo siento, su saldo es insuficiente para realizar esta llamada, por favor realice una nueva carga. Boluda, no tenés crédito”.

Antes de salir de su casa, incluso antes de dejar la nota sobre la mesa ratona, despedirse en silencio de Tixe y servirse el segundo destornillador, Ana fumó marihuana, se preparó su primer destornillador con jugo instantáneo sabor naranja, mezclado con vodka puro y del peor y, mientras lo batía con un palito de madera para sujetar el pelo, fue hacia el baño con el grabador y se metió en la bañadera que la esperaba con el agua tibia.
Se quitó la ropa y puso PLAY. Mientras su cuerpo era acariciado gradualmente por el agua tibia, empezó a sonar Fly me to the moon, por Diane Krall.
Se sumergió del todo dentro de la bañadera y por un momento sintió paz. El muñequito de Andrés que habitaba todo el día en su cabeza, dejó de martillar y de hacer su acto de hiperrealismo y se esfumó. Ella respiró profundo, aliviada.
“¿Por qué este momento no dura para toda la vida?”, se preguntó. “Esos que son capaces de clonar gente, con todos los que somos, ¿no podrían inventar la máquina que te congele en estos momentos de felicidad?. No pido tanto”. Sonrió por su ocurrencia y se sumergió, cabeza y todo, en el agua tibia.

En ese instante de felicidad en el baño de su casa estaba pensando, cuando alguien la empujó y la metió nuevamente en la búsqueda de Andrés. Subió unas escaleras del lugar. La cola del baño de mujeres era interminable. Ansiosa, en un minuto sacó y metió el sobrecito que estaba dentro de su bolsillo, varias veces.
Se mandó al baño de hombres. Un par de chicos, empezaron a chiflarle desde los migitorios. Ella les hizo un “fuck you” y se metió dentro de un cubículo. Trabó la puerta. Se arrodilló frente a un inodoro maloliente. Sacó el sobrecito blanco. Buscaba algo. “Qué imbécil, me olvidé el espejo y la pajita”. Empezó a transpirar, la desesperación por jalar y no tener con qué, la hizo temblar. Del otro lado de la puerta, los chicos la provocaban.
“Abrí mi amor, ¿no querés una fiesta de a tres?”.
Ella empezó a gritar con lágrimas, que se vayan. Los chicos se quedaron.
Ana empezó a palpar todo su cuerpo hasta que dio con lo que buscaba, la puerta al cielo, la calma absoluta, el charco de agua en el desierto. El espejo y la pajita.
Bajó la tabla del inodoro –los chicos seguían gritando detrás de la puerta- y apoyó el espejo. Esparció un poco cocaína que había en el sobrecito blanco y aspiró. Tan fuerte como pudo aspiró. Repitió esta operación varias veces hasta tomársela toda.
De pronto alzó la cabeza y un cielo estrellado la cubría. Un cielo negro, límpido. Un cielo exacto.
“Este es el momento en que me gustaría encontrar a Andrés” Pensó y quedó tendida por cinco minutos en el piso, desparramada. Con la sonrisa dura. Afuera los chicos, sacados, le daban patadas a la puerta. Ella no podía escucharlos. Pensaba en el día en que Andrés la vio en la feria y le compró un collar de cuentas de colores y se lo puso en el cuello.
“Qué hacés?”, le dijo ella con una sonrisa de cachetes colorados.
“Te lo compré a vos, para vos. Queda mucho mejor en tu cuello que en la mesa”, le respondió Andrés sin reír con la boca, sino más bien con los ojos.
Una de las tantas patadas la despertó. Ana salió del baño. Los chicos seguían esperándola del otro lado de la puerta. Para ella todo se volvió de una felicidad absoluta. Los abrazó y se los llevó.
“Vamos a bailar un rato, hasta que aparezca Andrés”, dijo mientras los chicos sonrieron cómplices.
Bailaba con su mente desdoblada. Por un lado pensaba: “cuando pegué el portazo al salir de casa oí ruido a vidrios. ¿No se habrá caído al piso el portarretratos con la foto de Andrés?”.
La otra parte de su mente conectaba con la música electrónica, la hacía dar movimientos violentos, saltos descomunales que los dos chicos no podían seguir.
Del último salto cayó paradita en el lugar. Se clavó firme como un palo en la arena. Ahí estaban Andrés con Laura, la ex novia.
“¡Te juro que la dejé! ¡No me rompas más con ese tema…!”, dijo Andrés en el recuerdo de Ana, que los miraba petrificada.
“¡Me está robando la vida que me dio…!”, gritó Ana. Los chicos se miraron desconcertados, a punto de irse, pero ella los frenó.
“¿Ustedes querían pasarla bien conmigo?”, les preguntó Ana, con una pregunta que sonaba más a amenaza que a deseo.
“No, pará, era una joda”, balbuceó alguno de los dos, asustado.
“¡Háganlo!. ¡Vamos los tres al baño a enfiestarnos!” Les gritó. Al tiempo que los tomó de la muñeca como a dos chiquillos que acaban de meter el dedo en la crema de la torta y se los llevo.

Salió del baño empapada de sudor, perdida. Detrás de ella salieron los chicos, con esa mezcla de felicidad y culpa que da meter el dedo en la torta. Semejante hazaña la contarían hasta el hartazgo.
Se sentó en un sillón de los reservados, sola. Sus ojos húmedos apenas distinguían una mancha roja que decía EXIT.
Era menos malo para ella mirar hacia allí, que girar la cabeza y volver a ver.
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Gustavo Bonino

miércoles, 14 de noviembre de 2007

NOTA - LA BESTIA SILENCIOSA




LA BESTIA SILENCIOSA.

Dice Clarín en su publicación del día 13 de noviembre de 2007, en la pág. 26 de su sección SOCIEDAD:

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“Condenan a 17 años de prisión a un cura por violar a cinco nenas”

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Cura: Del lat. cura, cuidado, solicitud. En la Iglesia católica, sacerdote encargado, en virtud del oficio que tiene, del cuidado, instrucción y doctrina espiritual de una feligresía.


Un cura, “un sacerdote encargado del cuidado de espiritual de una feligresía”, violó a, por lo menos, cinco nenas.
Lo primero que pensé al leer la nota fue “las violó. No las manoseó en medio de una confusión, no las pervirtió con cuentos eróticos. No, directamente destrozó física y mentalmente a cinco nenas”.
Se trata de Mario Napoleón Sasso. Tiene 48 años de edad, quien asumió el sacerdocio en San Juan, lugar en donde lo ejerció por un tiempo hasta que, en 1996, con 27 años, lo trasladaron a Buenos Aires por acusaciones de pedofilia.

Pido disculpas, pero repito la frase para mi mismo.
Fue trasladado a Buenos Aires por acusaciones de pedofilia esta “bestia silenciosa", como se me ha ocurrido llamarlo.
La Bestia que juega en silencio, en el silencio. El silencio de los más desprotegidos inocentes. El silencio de los chicos que callan por miedo. Y es ahí donde la bestia reina, en el confuso juego en donde el que habla, pierde.


Esto, que los medios gráficos publican como una nota de sociedad, es muy grave y merece, al menos, un comentario a modo de denuncia. Y no es que ahora la culpa sea de Clarín o de cualquier otro medio, por publicarlo en forma de una simple noticia más. Los medios publican estas aberraciones diariamente y tal vez esa sea su lucha, informar para que alguien reaccione para que se nos quite la ceguera, de la que tan brillantemente habla Saramago en su novela, algún día.
Pero hay algo mucho peor que lo que dice la nota. Y es lo que NO dice. Lo que naturalmente deja en descubierto una vez más y ya todos sabemos. Cómo funciona la Iglesia y el control que tiene sobre el desempeño de sus “servidores”. Y no me refiero a la Iglesia Argentina, sino al concepto de lo que es “La Iglesia a nivel histórico y mundial”.
Antes de seguir, aclaro para algún demorado pacato o moralista de turno, que esta nota no atenta ni intenta un ataque personal contra la institución en sí, sino que quiere dejar reflejada una realidad espantosa que muchos leen como una simple “noticia”.

El Padre Sasso (confieso que me da un poco de asco llamarlo “Padre”, ¿Padre de quién?), luego de haber hecho sus “fechorías” en San Juan, se fue a Buenos Aires a “rehabilitarse” en un centro para curas con problemas de conducta. La bestia silenciosa, aquella que se las ingenia para hacer todo el mayor mal posible antes de ser atrapada, fue “guardada” por un tiempo.
En cuanto la Iglesia supo que había abusado de menores en San Juan ¿no debería haberlo denunciado a la justicia? ¿no debería haber ido preso nuestro Padre Sasso?. Porque hasta donde yo sé, abusar de un menor de edad es un delito, no un pecado. Además, cuando lo enviaron a rehabilitación, ¿no se hicieron la siguiente pregunta?...
¿Se rehabilita una persona así?. La respuesta es NO.
Salió de su rehabilitación con la indicación expresa de “no estar jamás con niños”.
Pero el Padre Sasso tuvo una segunda oportunidad que la Iglesia le dio. Una oportunidad con chicos.
Sí. Lo enviaron a una humilde y perdida parroquia de Pilar llamada La Lonja. Lugar más que apetecible para nuestra bestia. Le encomendaron manejar nada menos que un comedor comunitario en donde había menores.
La Iglesia, digo, algún responsable de la Iglesia, puso al Padre Sasso nuevamente en contacto con chicos. Y aunque la justicia haya intervenido (tarde, como casi siempre) abriendo tres causas contra miembros de la Iglesia, ¿Cómo es posible, qué excusa puede ofrecer la Iglesia por semejante error?.

¿Qué hizo el Padre Sasso en su nueva misión que le encomendó la Iglesia?
Nada bueno. Sino todo lo contrario. Hizo lo que todos en la Iglesia sabían, suponían o deberían haber sabido o supuesto. Abusó sexualmente durante más de dos años de, al menos, cinco nenas entre 5 y 12 años.

Repito: dos años. Este miserable –y qué corto me quedo con el mote- abusó, vejó, destrozó las pequeñas mentes de más de 5 nenas durante más de 720 días… y en todo ese tiempo, nadie se dio una vuelta por la parroquia a ver cómo seguían las cosas con el bueno del Padre Sasso… La bestia extasiada en medio de una impunidad plena.
¿Tenemos la menor idea de lo que significa este sufrimiento? ¿Ese deterioro mental y físico? ¿Ese daño irreparable que ya le costó el futuro a todas estas nenas?.
Creo que no. Creo que nos importa un carajo que estas cosas pasen, creo que leemos el diario para rellenar una espera o para, en el peor de los casos, morbosearnos y hacer estúpidos chistes fáciles. Y sino que alguien refute los siguientes comentarios:
1 - La justicia, el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 1 de San Isidro tardó dos años en tomar la decisión de condenarlo a 17 años de prisión.


2 - 17 años de prisión a una persona que abusó de nenas menores de edad que concurrían por hambre, por necesidad, a un comedor. 17 años de prisión para una persona que canjeaba la necesidad de estas nenas por abusarlas.
¿Qué es esto? ¿Una broma de mal gusto? O sea que a los 65 años, tal vez antes, si hace “buena letra”, va a estar libre.
Porque dentro de 17 años o antes, todos sabemos, aunque nos importe un carajo dentro de un par de días todo esto, repito, todos sabemos bien que el Padre Sasso va a volver a abusar de otras nenas y NADIE va a hacer nada. Nadie va a recordar dentro de 17 años, salvo sus víctimas, que el Padre Sasso debería haber sido juzgado de por vida.
¿Cuál es la vara que mide esos 17 años de prisión? Me da asco pensar que, para muchos, entre los cuales está la defensa de las víctimas, se hizo justicia… Al tiempo que me pregunto, ¿Qué clase de nefasta tabla matemática del código penal calcula que el dolor de estas cinco nenas equivale a 17 años de prisión? ¿Tan barata es la vida de la gente?.

3 – El padre Sasso, hasta ayer, estaba preso en suspenso. 2 años de cárcel. En ese tiempo, este enviado del señor, este servidor de la Iglesia Católica, tuvo la irónica idea de pedir una dispensa para casarse.

LA POSTURA DE LA IGLESIA
La iglesia hizo sus tibias declaraciones.
“Sasso no ejercía más como sacerdote, la iglesia ya no puede sancionarlo ni echarlo. No tiene nada para hacer respecto a lo que pasó”.
Esta frase es mucho peor y más condenable que los abusos del Padre Sasso. Esa frase es una burla a todos nosotros que, como en la novela de Saramago, nos vamos contagiando unos a otros, la ceguera.
“En todo caso, quien debe opinar sobre su caso en particular es el Obispado de San Juan” dice otra declaración. Me pregunto, ante este paso de mano en mano de la papa caliente llamada Sasso, ¿la Iglesia no es una sola?.

TRISTE EPILOGO.
Fueron los medios (en este caso el programa PUNTO DOC ante una denuncia que recibió) quién se encargó de hacernos saber de las fechorías del Padre Sasso. No fue ni la justicia Argentina, ni la justicia divina.

La nota de Clarín cierra de la siguiente manera “la sentencia no cambiará los días del sacerdote. Seguirá cumpliendo su condena en el Penal de Olmos, donde se encuentra alojado desde 2004, en una celda VIP, beneficio que conservará por su condición de ministro de culto religioso”
Así es. El Padre Sasso pasará una temporada en su celda VIP, mientras sus víctimas en un par de días estarán nuevamente olvidadas, tratando de retejer su lazo social, su humanidad lesionada y a merced de la próxima bestia silenciosa que sabe bien, que saciar toda su miseria y matar en vida a menores de edad, no es tan grave como parece, apenas si son unos años de cárcel, descansando al amparo de una celda VIP.

Gustavo Bonino

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jueves, 4 de octubre de 2007

PUNTO DE PARTIDA

Qué es LA LETRA?
Un espacio diario rellenado con letras cuyo objeto es hacernos pensar, reir, participar, emocionar, cambiar...
Secciones
Las secciones en donde voy a abordar los temas que llenarán este BLOG van a ser publicadas aleatoriamente y son los siguientes (aunque la dinámica diaria haga que estas sufran alguna alteración),
  • NOTA CENTRAL: nota diaria en donde se abarcan temas de todo tipo con una inclinación casi siempre a "lo artístico".
  • CON USTEDES... : Cada tanto, voy a subir, de forma textual, sin intervención alguna de mi parte, alguna nota interesante que me sea enviada.
  • BASTA!: Este espacio lo voy a utilizar cuando me enojo. Cuando la injusticia o el dolor o la bronca rebalse mi pulso y sienta la necesidad de mandar al carajo o denunciar a alguien... (La primera nota que encontrarán más abajo, arranca con BASTA!)
  • IMPERDIBLE: Esta muleta tan necesaria, la usaré cuando mi incapacidad me domine o cuando encuentre algún texto que sienta que, necesariamente, deba compartir con ustedes. Por lo general serán textos sobre literatura, filosofía, pensamiento, poesía, ensayo o alguna otra forma de la narrativa.
Los temas?
Muchos, variados. Tan variados como la posibilidad de combinar las letras. Dichas combinaciones pueden producir mutaciones más que interesantes. ¿Acaso, no son tan interesantes las últimas palabras de un condenado a la silla eléctrica, como los textos universales de Borges, el sonido de la mosca suplicando no ser comida por la araña, la apocalíptica lluvia de sapos en la película MAGNOLIA o la voz de Diane Krall?

Todo depende de la sensibilidad de tu ojo observador. De la sinceridad de tu oído. O, en todo caso, de la agudeza del olfato de tu sensibilidad.

Cuál es la MISIÓN de LA LETRA?
  • Que su lectura no sea parte de una rutina, sino una salida hacia adentro.
  • Que participes diariamente con tus comentarios.
  • que me ayudes a entender...
Pero es caprichoso y arbitrario -tal vez utópico- poner una misión.
Como si uno pudiera, desde este espacio, conseguir alguna uniformidad en los lectores. "Acaso, no existan dos hormigas que sean iguales" dijo Borges una vez.
Por lo tanto, no estoy muy seguro de poder establecer una misión. Quizá se descorra algún velo en el transcurso de las publicaciones y algo se descubra. Pero no lo sé... Tal vez sea más sincero pensar que la misión de la LA LETRA sea la de navegar por los mares del AZAR.

Que este BLOG (ojalá) se convierta en el confortable sillón del living de tu casa o en el incómodo banquito de madera en el cuál preferís sentarte a esperar eso que ya pasó, que está por pasar o que jamás pasará...

Porque -no jodamos- todos estamos esperando algo. Siempre. Aunque sospechemos que jamás pase...
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Gustavo Bonino
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