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sábado, 26 de diciembre de 2009

EL PAN DE FRUTAS


EL PAN DE FRUTAS

Corrió con desesperación. Sus zancadas y sus brazadas, eran puñetazos, patadas al viento. Rayos feroces que deboraban cosas y gente. Efraín debía llegar. Y con el preciado botín.


Detrás de él, la víctima y dos policías intentaban lo que Efraín. Correr a la velocidad de viento y alcanzarlo, recuperar lo robado y volver al negocio, cerrarlo y a festejar la nochebuena con la familia. Nada de ir al otro día a la casa de Efraín -porque en el pueblo todos saben donde viven todos-, entrar en dimes y diretes imposibles, con un Efraín arrestado, camino a la policía y los descargos y toda esa burocracia innecesaria.




La oscuridad es el reino de ciegos y gatos. También lo era para Efraín quien podía escabullirse con mayor ventaja ante los intentos desesperados de los policías que hacían esfuerzos descomunales para seguir los ligeros brincos y "zig zags" del ágil Efraín.




Los policías desistieron. Omar, el dueño de la tienda, se detuvo y se quedó viendo como una variedad de sombras movedizas se perdía por entre la gente. Resopló seco y corto, mientras sus ojos de comerciante ya ultimaban los detalles del día después. Casi que le gustó más que Efraín haya huído. Sonrío de lado. Se fue.




Efraín llegó a su casa. Antes de entrar volteó. Nadie lo seguía. Respiró profundamente para que no se le notase el jadeo. Se compuso. Sacó el botín. Un pan de frutas. Todo un pan de frutas. Completo. De punta a punta. Entró a la casa.


Sus hermanos, aún más pequeños que él, festejaron y hasta se avalanzaron sobre el orgulloso Efraín y tomaron de sus manos el pan y comenzaron a pellizcar las frutas abrillantadas como pequeños piratas que arrancan las gemas empotradas de una gruta. Efraín vio que su madre dejó de revolver algo que olía de maravillas. Pudo sentir la culpa cuando el mango de la cuchara de madera golpeó contra el borde de la olla. Luego, lentamente, llevó sus ojos hasta donde estaban los ojos resignados de su padre.


Reconoció el perfume del ambiente. Era caldo de gallina. No pudo evitar respirar profundo. Un zumbido lo envolvió.

En la mesa había un pan de frutas abrillantadas. No el que despedazaban como cachorros sus dos hermanos. No. Por primera vez en sus nueve años, Efraín vió un pan con frutas abrillantadas en la mesa familiar. Era igual al que acababa de robarse de la tienda en donde trabajaba su padre. El mismo, de punta a punta.




Efraín volvió bruscamente hacia el suelo y le arrebató el maltrecho pan a sus hermanos. Intentó acomodar el tiempo. Pero el tiempo le mostró su cara más cruel, la del inevitable pasado.



"Pero..." Balbuceó. Nada. Ni una sola palabra más le salió.


"A la mesa", dijo su padre, con una voz que Efraín encontró dolorosamente neutra. "Hoy es noche de festejos". Mirando al suelo y antes de dejar de decir nada, concluyó: "El patrón me adelantó la quincena, vamos a disfrutarla como si supiera a quince días, ya habrá tiempo de encontrar la explicación".




Gustavo Bonino








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