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miércoles, 23 de febrero de 2011

PEPPERONI PIZZA.




Y llegó por fin el día en que salí al sol. No me costó bañarme, dormí algo y hasta decidí comprarme ropa.
Domingo, lo llamé a Al. Nos tomamos el metro -jamás tendría auto en NY, la red pública es tan buena y variada, que no hace falta luchar por un parking o por tardar treinta minutos para hacer dos cuadras- y nos bajamos en el SOHO. Al estaba fastidiado porque detesta el sol y todo lo que tenga que ver con el bronceado, la playa, el calor. Es feliz en invierno, yo no soporto el frío y odio el invierno que lo complica todo.
Nos sentamos en un restaurant. Qué palabra rara, porque podría decir,
  • Restorán
  • Restaurante
  • Risstorante
Nos pedimos una pizza grande con pepperoni. La clásica y newyorquina "pepperoni pizza". Con Al tenemos muchos gustos en común. El peperoni es uno de ellos.
Y ahí la ví, ella me estaba mirando antes de que yo la vea. Antes de ver toda la hermosura del mundo reunida en esa mujer. Aunque sentada, se notaba que era alta, flaca, de pelo color azulino -supongo- aunque con el tiempo me di cuenta de que es una morocha de ley. Una cara perfecta y una sonrisa que me contagió.
Llegó la mesera con la pizza, Al me hablaba y yo le respondía con monosílabos. Es que aquella mujer que hoy se llama Linda, no tenía nombre, sí tenía hombre, sentado con ella, pero no paraba de mirarme. Fue mutuo. Creo que esas cosas pasan por obra del azar.
Si Al y yo nos tomábamos el metro, 30 minutos antes o después, tal no la hubiera visto, o me hubiera sentado en otra mesa en donde jamás hubiera podido fijarme en ella. Pero no. Las coordenadas eran perfectas.
- Dejá de mirarla, viste el tamaño que tiene el novio?, me advirtió Al, fastidiado por el sol y por mi baba.
- Es perfecta Al. No puedo dejar de mirarla.
- No me jodas el domingo, me ibas a contar de la novela que estás escribiendo.
- Bien, la novela?, sí bien. bárbaro.
- (ENOJADO) Bárbaro qué idiota? De que se trata, la estas terminando?, me recriminó Al, levantando la voz.
- No, en realidad no. Tengo casi todo escrito y casi todo disperso.
- Como ahora.
- En serio, es lo que me pasa siempre, nunca me conformo. Me aburro y a los quince minutos, apago la computadora. Me harta no poder ser claro.

Fue en ese momento, en el que le estaba contando a Al sobre la novela, cuando vuelvo la vista sobre esa morocha y, de golpe, la tenía parada al lado. Sacó una tarjeta con el logo del lugar (no quiero ya saber como mierda se escribe "restaurant") y me la dio. El fastidio de Al ya estaba al borde del escándalo, con soplidos de aburrimiento, el jugar con las botellas, sacándoles sonido con el tenedor.  

- Hola, me dijo en un acento británico que me deshizo. Soy la dueña del lugar. Te dejo la tarjeta.
- (TOME LA TARJETA) Gracias, sos muy gentil....
- Linda. Dijo ella de antemano.
- Hermosa.
- Linda Roberts, me respondió y nos dimos la mano.
Le presenté a Al, que ni la miró y apenas le dio la mano con fastidio. Linda saludó, dio una media vuelta con sus zapatos caros y se fue.
De regreso a casa, por suerte encontramos dos asientos en el Metro. Estábamos exhaustos. Caminamos demasiado mientras Al se desquitó  me contó con lujo de detalles como le estaba yendo en su negocio.
El Metro avanzaba. Yo metí la mano en mi bolsillo solo para volver a ver la tarjeta. En su reverso estaba escrito un número de celular y una sola palabra, que bastó para sanarme. "LLAMAME".
Olí la tarjeta para ver si tenía el olor a perfume de esa mujer. La sujeté fuerte. Sonreí con los ojos cerrados. Hacía días que a mi cara no le llegaba una sonrisa.

Gustavo Bonino

1 comentario:

Anónimo dijo...

Linda historia. Me gusto. Las historias con dueñas de restaurantes casi siempre terminan bien...

Love,

Chris