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jueves, 22 de noviembre de 2007

CUENTO: WELCOME BACK - El otro lado.


“No sé si estoy despierto, o tengo los ojos abiertos”
Andrés Calamaro.
Se podría asociar este cuento como una continuidad de EXIT (SALIDA). Pero solo por un mero juego de asociaciones.

Welcome Back (bienvenida)
Desde el piso y en el estado último en el que estaba, era lógico que Ana sintiera así. Detrás de sus párpados cerrados vio dos puertas. Una que decía “Vigilia" y otra que decía “¿Estoy soñando?”. Las vueltas, el vértigo no cesaban. Era inútil detener la licuadora. Vio luces que mezclaban sus colores y formaban uno. El rosado pálido, que se inclinaba hacia un tenue color champagne.Los sonidos se volvieron ruido. Escuchaba sí, pero en su interior. Una canción lenta y pesada, como su mente.
Desde una lejanía incomprensible, notó que “otra” Ana se le acercaba nadando en un mar gelatinoso, color champagne al ritmo armónico de una canción que rezaba lentamente: “There´s a woman dancing into the calodoscopie…”
Se acercaba, sí. Su cara. “Oh! Mi cara, tengo miedo”. Su cara. Frunció el seño y pudo sentir el ínfimo detalle de los pelos de las cejas entreverándose.
En su estado –dicen- es difícil pensar en algo que no esté relacionado con ese momento último y fugaz. Sin embargo ella recordó una caminata hacia la panadería, con su prima, de chicas, luego de terminar de regar las plantas en la casa de tía Celia, en Ciudad Evita. La recordó más por el hombre que con una fuerte mirada le asesinó su frágil humanidad de los nueve años, que por la caminata o la docena de panes de leche recién horneados. Esa mirada le despertó la vergüenza de su cuerpo que crecía. Ese par de ojos que jamás volvería a ver, la hicieron mujer.
Trató de abrir aún más los ojos a esa otra Ana que se acercaba flotando en el calidoscopio gelatinoso. Por fin la licuadora cesó sus vueltas. El ruido se volvió sonidos y los colores se separaron. Una cachetada del grandote de la puerta la sacó de la gelatina y la devolvió ahí, a donde había comenzado su viaje. La devolvió al suelo del boliche. Oyó sirenas a lo lejos y el último color que vio fue el negro de la campera del grandote.
De todo esto se acordaría más tarde, pasada la pesadilla, ya despierta, con Andrés apenas ido, en su cama que era un revoltijo de sábanas y ropa y platos y adornos para el pelo. Y ella, agitada como nunca. "No pegues en el parche cuando le des a la chancha". Ana recordó, aún en la cama, esa frase que Andrés dijo cierta vez que la invitó a su casa y la sentó en la batería solo para matarse de risa de su falta de ritmo. Se internó en ese recuerdo, acurrucándose profundo debajo del espeso cubrecama.
- No puede ser que con el ritmo que tenés en la cama, no puedas coordinar a dos palos con cinco tambores, dijo él, con una sonrisa fresca y sincera, de esas que suelen brotar cuando se está gestando el amor.
- El ritmo lo tengo en la cadera, no en los brazos. Le respondió Ana.
- Tus collares no los hacés con los brazos? replicó Andrés.
- Los hago con el alma, le dijo Ana en tono bajo, acercándole su boca al oído.
- ¿Cómo sentís tu vida?, Preguntó él, intrigado, cambiando de tema.
- No puedo explicártelo, pero, a veces, ni sé quien soy.
- Y cuando estamos en la cama?. - A veces no sé quien soy, repitió ella. - Al menos sabrás que lo estás haciendo conmigo, replicó Andrés, con un tono algo más serio. Ana se levantó y buscó, desesperada, un cigarrillo en un atado vacío. Andrés se la quedó mirando. Estuvo a punto de volver a preguntar, pero Ana lo cortó.
- Bajo al quiosco.
Un maullido cerca de la cama la sacó del recuerdo. No, no era Tixe. Era Pombo, el gato de una amiga que pasaba cerca suyo hasta detenerse frente a la cama, pidiendo autorización para dar el salto. “Pombo, me asustaste”.

Apenas Ana abrió los ojos de la pesadilla, sintió un ahogo enorme. Se sentó de golpe como si tuviera un gran resorte en la espalda, como si hubiera estado conteniendo la respiración bajo el agua durante cinco minutos. Entró en toses exageradas y jadeos profundos. Buscó al grandote de negro, las sirenas, la gente que la rodeaba en el boliche, pero se encontró con Andrés que, a su lado, trataba de recuperarla, cacheteándole las mejillas.
-Ya está!. Ya pasó, Ana. Fue una pesadilla!
- Andrés!, no quise hacerlo, pero vos estabas con ella… Estabas con Laura… Murmuraba desesperada, en medio de convulsiones, con la mente perdida todavía dentro del sueño.
- Ya pasó, mi amor. Estoy acá, con vos, le dijo él, tratando de cruzarla a la vigilia. Ella volvió a su almohada en silencio.
Cerró los ojos y se asustó. Gritó fuerte y los volvió a abrir muy asustada. Se aferró a Andrés.
De pronto se dio cuenta que Andrés tenía razón, que todo aquello del boliche, de la sobredosis de cocaína, de los dos chicos abusando de ella en el baño, de la licuadora había sido un mal sueño. Se quedó varios minutos en silencio.
-¿Con qué soñaste? Le preguntó él.
- Con una bienvenida, creo. Respondió ella y se dio vuelta para tratar de no pensar.
- Bienvenida a dónde?, murmuró Andrés, sin entender nada.
- No lo sé, pero no quiero ir, dijo ella de espaldas, sin siquiera voltearse.
Andrés miró la hora. Puteó al aire, se levantó y se fue. Antes de irse, ya en el marco de la puerta, volvió hacia ella para despedirse.
- Chau, le dijo ella, antes de que él pudiera balbucear cualquier cosa.Él amagó a volver a la cama pero Ana se tapó hasta la cabeza. Andrés suspiró, bajó la mirada y se fue.
Ana se mal vistió. Despeinada y sin arreglarse, atravesó el living, esquivando sillas rotas, compañeras de la feria que estaban desparramadas por cualquier lado, ropa tirada con desprecio, con el mismo desprecio natural en el que quedan tendidos los muertos en el combate. Notó colillas de cigarrillos consumidos con el correr de la noche y el descuido, dejando para siempre su huella en color negro, sello imborrable en el parqué; en todo caso, esquivaba una perfecta pintura del desorden con un orden implícito. El universo Ana. Un Guernica vivo. Y todo para controlar si Tixe estaba bien. Y Tixe -Dios aparte- estaba bien, su bracito de ángel abrazaba férreamente el muñeco que Andrés le compró alguna vez en la feria.
El hambre la sacó de la casa.
Abrió la puerta principal y la abofeteó la calle. Un resplandor la cegó por completo. Tantas horas sin ver el sol. Pensó en volver y buscar unos lentes, pero un poco de luz natural se imponía. Respiró profundamente la indiferencia de la calle y cruzó hasta el bar de enfrente. Notó en el calendario que ya era Martes aunque también advirtió que el calendario era del año anterior. Pensó en algo que le dijo su padre, años atrás, cuando aún eran padre e hija: “el almanaque de un año atrás sirve, solo tenés que adelantarle un día y tendrás el almanaque de este año”. Pero el recuerdo era vago y le urgía más una media luna de manteca entrando al café con leche que la exactitud del calendario y las habladurías de su padre, que para todo tenía una respuesta ilustrada.
Pero intuía por el cansancio de su cuerpo que había estado delirando durante muchísimas horas, producto del cóctel de drogas y alcohol. Mientras Andrés, más sobrio, se habría encargado de la pobre Tixe, que con tres años, no estaba en condiciones de reclamarle nada a su madre. Salvo el llanto, ese último recurso que muchas veces no daba resultado.
"Andres se va a cansar de mi". Pensó.
Sacudió su cabeza como quien trata de quitarse de encima una mosca.
- Lo de siempre, Anita?, dijo el mozo.
- Lo de siempre y unos Marlboro diez, Manuel. Pero el café que sea bien fuerte. Nada de leche, respondió. “Un café con leche sin leche”, pensó.
Una sonrisa le llenó la cara de vida. Se paró, notó que la miraban, pero no hizo caso. Agarró el diario de otra mesa.Lo leyó en el orden de siempre.
Espectáculos: barato y liviano. La vida feliz y exitosa de los famosos. La consistencia de la espuma.
Clasificados: Se le hizo un nudo en la garganta. "El contrato de alquiler se vence en un mes y, a como están las cosas, no hay renovación posible, Anita. Son novecientos collares por mes" pensó, resoplando.
Cuando agarró el cuerpo principal del diario, sintió que la seguían mirando. De pronto alzó la vista y vio a dos chicos, más allá, en otra mesa alejada, que les resultó conocidos. Ellos la estaban mirando. Uno se mordió en labio inferior como deseándola. Ana bajó la cabeza de inmediato. Sin entender porqué. Estaba en el bar de siempre. El sol estaba radiante, el día emanaba vida.
Por las dudas echó un vistazo a su alrededor buscando justificar la normalidad. Miró a los sucios banderines de fútbol colgados de la pared, a la vieja heladera mostrador de madera, llena de botellas y postres de barrio, colmados de crema, merengue y duraznos de lata. Más arriba, la alacena con botellas de ferné, ginebra, grapa. Sí, estaba en el bar, en frente de su casa. Todo estaba bien, no tenía motivos para estar intranquila.
Pero antes de volver la vista al cuerpo principal del diario, miró nuevamente hacia la mesa donde estaban los dos chicos. Lo hizo lentamente, como si ello fuera una fórmula para hacerlos desaparecer. Ambos seguían mirándola.
Ana volvió su cabeza al diario. Rápido. "EL PARO DEL CAMPO: Otra vez inquietud por el corte de rutas", leyó en voz alta, en la página nueve. Pasó de página con vehemencia y miró nerviosa hacia la mesa de los chicos que esta vez ya no la miraban. Solo hablaban entre ellos, tentados.
"Pelotudos", pensó y siguió, luego de un gran suspiro, pasando las hojas.
El ejercicio de abstraerse la sorprendió cuando levantó apenas sus ojos y vio su desayuno sobre la mesa.
“Pero si yo no vi cuando Manuel lo tra...”, balbuceó por lo bajo, sobresaltada, mientras corrió la cabeza bruscamente en busca de mozo a quien no encontró. Miró hacia la mesa de los chicos, que le quitaron la vista de inmediato.
Trató de poner un manto de normalidad y orden al miedo que la estaba invadiendo. Se dio cuenta de que estaba toda transpirada. Revolvió la taza, que no tenía café, sino leche. Leche pura y tibia.
-Pero, Manuel!, gritó. Al tiempo que se oyó una carcajada desde la mesa de los chicos.
Trató de acomodar la situación y de poner orden a esta sucesión de hechos inverosímiles, como cuando ocurre una desgracia y se quiere retroceder y volver a acomodar esa parte retrocedida de otra manera, desviando, inútilmente, la desgracia.
Apartó la taza.- Manuel!, gritó de nuevo, enojada. Su grito retumbó en el bar y produjo un eco exagerado, casi de montaña.
- Manuel, la cuenta!, gritó esta vez, pero con un tono de súplica, no de enojo. Encontró más silencio por respuesta. Pensó en salir corriendo del bar. Pero era mucho por nada. Porque no estaba pasando algo que realmente tuviera que preocuparla. Solo una confusión en la taza del café y dos chicos riéndose vaya a saber de que pavada, tal vez de sus tetas sin corpiño o simplemente de ella, de su pelo revuelto. Cosa de adolescentes.
Volvió la vista al diario tratando de encontrar en ese millar de letritas negras algo de calma.
Policiales. Leyó: “Muerte en la Disco, se habría esclarecido el caso”. Dejó de leer. Las manos le temblaban como una hoja. Se tomó la cara. Quiso un cigarrillo, pero Manuel no aparecía. Desesperada, miró hacia la mesa de los chicos. Estaba vacía. Pero había una nota atrapada entre dos vasos. Se paró cautelosamente, haciendo chirriar las patas de madera de la silla contra un damero centenario y acostumbrado. Miró hacia todos lados. La curiosidad y el miedo estaban empatados y en ese empate fue hacia la nota. La leyó: “¿No te acordás de nosotros, puta ingrata?. Seguí leyendo el diario”.
Una lágrima le rodó por la cara hasta perder la forma, como una caricia que va perdiendo consistencia en su recorrido. Volvió a su mesa, al diario. No tenía porqué hacerlo. Nada había pasado, más que una confusión en el café, un mozo que no aparecía, una nota dejada por dos tarados con mal gusto para las bromas y una noticia trágica, como las que se leen todos los días. Pero volvió corriendo al diario. Y leyó en letras más pequeñas, el copete del titular.“Los análisis del forense indicaron que Ana Bueno habría muerto de sobredosis de cocaína y no violada por los dos chicos, como se presumió en un principio”. Ana cerró el diario. Comenzó a llorar.
- No, Ana Bueno está acá, dijo entre sollozos, arrugando un poco la noticia.
- Y linda como siempre, remató Manuel, tomándola del hombro, con una confianza poco habitual.
- Manuel!, dijo Ana, sobresaltada. Dónde estabas. Te llamé.
- Qué novedad, todo el mundo me llama, Anita. Le respondió con una sonrisa muy tierna.
Ana se lo quedó mirando a los ojos con extrañeza.
- Perdoname. Te gustó el café?, le pregunto Manuel con mucha cortesía. Ana estuvo a punto de decirle que solo le había traído leche, pero también quiso mostrarle que su nombre estaba en el diario. Giró la cabeza hacia la mesa de los chicos, empujó con un dedo la taza, tratando de decir algo que jamás dijo. Aleteaba los brazos, desesperada, tratando de destrabar un nudo de explicaciones.
- Ahora vengo, dijo Manuel. Ana miró para todos lados.
- Pero si no hay nadie, Manuel. ¿Qué te pasa?. Atendeme a mi, carajo!. Gritó furiosa.
- Vos ya estás atendida. Respondió Antonio, a la distancia, perdiéndose entre las mesas.Ana cerró el diario. Miró de nuevo al reloj. Volvió a abrir el diario. Leyó de nuevo la noticia.
No quedó claro que es lo que volvió a leer Ana, pero debe haber sido algo inevitable. El gesto de su cara se relajó y mucho. Vio, a través de las ventanas, pasar a Andrés. Estaba con Laura. Los chicos pasaron detrás, divertidos.
Dejó diez pesos en la mesa. Hizo un bollo con la nota que los chicos le dejaron. Lo tiró hacia la taza de leche tratando de embocar, pero el bollo pegó en el borde y se cayó al suelo. Ana sonrió. Se paró con la paz de un atardecer de campo y salió a la calle.
Era un día radiante. Miró hacia arriba con una sonrisa plena. Una luminosidad tibia la envolvió por completo.
Gustavo Bonino

Por favor, dejame tu comentario clickeando el sobrecito que está más abajo de esta nota. Me interesa. Muchas gracias por leerme.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como saber quienes somos? Como saber si vivimos en la realidad o estamos, como Ana, en un Bar donde nadie nos escucha, donde no pertenecemos a nada . . . ?
mga.

Gustavo Bonino dijo...

Creo que a veces, de tanto en tanto, vivimos eso que solemos llamar "realidad". Creo que hay gente que se aferra fuertemente a ella por miedo. Y a veces vivimos la realidad de Ana, que es muy interesante. Brindo por pertenecer a esa nada en donde Ana nada. Uh! me salió una aliteración involuntaria. Gracias, mga.

Anónimo dijo...

Flaco, los perros ladran, señal que avanzas.... que gusto ,adelante Federer que Borges te siga iluminando