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miércoles, 2 de julio de 2008

NOTA: MATARÁS A TU ÍDOLO. MANDAMIENTO NO ICLUÍDO




MATARÁS A TU ÍDOLO.


La pregunta es simple y directa. ¿Por qué el mundo necesita ídolos?. ¿Qué magia se oculta detrás de esa palabra esdrújula y singular?
Una respuesta válida podría ser: Porque la gente necesita, desde tiempos inmemoriales, creer en alguien. La adoración a los dioses viene años más, años menos, desde el año 3000 A.C. con los Sumerios, tal vez. Este dato es impreciso, como lo es la historia, que es pasado narrado por subjetividades. Probablemente el hombre prehistórico ya adoraba a su ídolo, a quien consideraba superior, una entidad divina. Pero en todo caso, ese "alguien" no pasaba de un monolito o un animal de determinadas características protectoras. (Los Egipcios pre-históricos , por ejemplo).
Depositar nuestra esperanza en alguien que nos va a salvar de "TODO". Palabra ambigua. Abstracta y abarcadora a un tiempo.
Pero vayamos un poco más allá. ¿Por qué necesitamos creer en alguien? ¿Por qué la necesidad de inventar, de construir, de elevar a los ídolos?
El ser humano es pasional. Su instinto lo lleva a querer transgredir y por la imposibilidad mediática de logarlo por medios propios, se lo encarga al ídolo.
Pero también es perverso y no hay sonido que nos guste más que el del ruido de la caída.


¿Qué es un ídolo?
Según la Real Academia viene del latín IDÓLUM. Persona o cosa amada o admirada con exaltación.
Me detengo en esta última palabra: EXALTACIÓN y vuelvo al diccionario.
Exaltación: Gloria que resulta de una acción muy notable. Esto significa que cuando dicha acción cede o es olvidada, muere la razón por la cual adoramos ciegamente al ídolo. La tensión decrece. No nos entretiene más.
Un ídolo -a mi entender- es un elegido en determinado momento cultural, socio-político y/o económico para cubrir cierta necesidad insatisfecha.
Cuando se crea el hueco de la falencia, el hombre, animal inteligente, rellena ese espacio, ese hueco con un ídolo que cumple con las características.
Lo curioso (o no tanto) es que el ídolo pasa de ser una necesidad imperiosa a un ser descartable. Dura mientras dure la necesidad para la cual está designado -intangiblemente- por sus seguidores. Sus fieles. Los mismos que lo sacan del barro, lo suben al trono, le ponen la corona de oro y luego, en un paso fugaz de tiempo, se la arrancan y se la cambian por la de espinas.
Entonces el ídolo, quien en su momento de reinado es "palabra santa", cuando abdica es "palabra prohibida". En otros términos, sube entre algodones a un firmamento ilusorio y baja a garrotazos a la realidad del barro de donde salió.

Casos sobran. Veamos algunos.

Monzón: Hacía tiempo que no teníamos un campeón argentino bien popular. Las luces de Fangio ya estaban apagadas y Reutemann que era un eterno segundo. Un verdadero profesional, pero era -como decirlo- un “tibio”. Hasta que apareció Monzón. Campeón indiscutido del boxeo mundial, con 14 defensas del título. Luego, miserable asesino. Cobarde que le pegaba a las mujeres. Lo más triste es que es cierto. Pero Monzón le pegaba a sus mujeres cuando fue campeón del mundo también. Solo que ahí nadie dijo nada. Necesitábamos un campeón mundial en algo. Lo teníamos. ¿Que podía significar un cachetazo “sin querer” del campeón, al lado de 14 defensas del título?. Nada. Perdonado. Hasta que dejó de boxear y ahí lo bajamos del altar. Y esperamos a que se equivoque para que vuelva a ser noticia. Y lo fue. Hicimos leña de él. Los que se sacaban el hombro del lugar para vitorearlo en el Luna Park y gritarle “dale campeón”, esta vez quedaban afónicos de tanto gritarle “asesino”. Monzón dejaba el boxeo en 1977. Años más tarde terminaría preso y destronado.

Ahí apareció Vilas que lo ganó todo. Pero como el tenis no es tan popular, ni es deporte de masas, seguimos esperando al Mesías. Maradona y el concepto "Dios es Argentino".


Maradona: Pensemos en una Argentina que venía de ganar un campeonato del mundo. En la grandilocuencia que nos caracteriza a los argentinos. Pensemos luego en el fracaso posterior. El mundial del 1982. Ese año en que también perdimos algo que nunca tuvimos. Las Malvinas. "Nadie pierde lo que no tiene" diría Borges. Y salimos a festejar una batalla perdida sin reparar que lo que se perdió fue la conciencia y miles de vidas. 1982, año en donde se gestaba la democracia poco a poco. La gente enardecida, saliendo a la calle hasta que el gobierno De Hecho no aguantó más y negoció.
De 1982 a 1986 apareció Maradona. Desde ese entonces hubo grandes jugadores, pero “El Diez” fue Maradona. Apareció para llenar de magia tanta cosa mal hecha, tanta ausencia, tanto hueco sin tapar. Tanta infelicidad.
Y vino el Mundial 86 y Maradona que nos hizo saltar a todos, a los de Boca que lo amaban, a los de River que lo odiaban. A todos. Fue el embajador argentino en el mundo y hasta Fito Paez le hizo el primero de decenas de himnos que vinieron después.
Pero todo esto ocurrió tan rápido, que nadie reparó que Maradona era un chico sin estudios, de condición humilde. Nadie se dio cuenta, ni el periodismo, ni el merchandising, ni los gobiernos que comieron y respiraron a través de él, que Maradona, el chico de 26 años que subimos hasta lo más alto del altar, no estaba preparado para vivir semejante vértigo. Nadie puede saltar de un catre a una Ferrari sin que el mundo se le desacomode. Seamos honestos. Pero Maradona seguía ganando títulos con el Nápoles y hasta casi nos da otro mundial que le dieron a los alemanes, que también necesitaban una alegría y un encuentro entre ellos, luego de la caída del muro. Como nos dieron el Mundial 78 a nosotros. Maradona no pudo contra eso.
Le dieron el poder y lo tomó. Le dieron la palabra y habló. Dijo verdades que incomodaron. Entonces ya no fue un ídolo. Fue el negrito de Villa Fiorito. Cometió atropellos, cayó en la droga; errores propios del mareo de estar tan alto. Ya no ganó más campeonatos y entonces la gente dejó, poco a poco de rezarle. Ya no es noticia. Ahora mide más rating llevar a lo de Tinelli un lindo culo que llevar a Maradona panzón (Salvo que Maradona se ponga a bailar y caiga en el juego de la mascota divertida). Maradona ya no sirve, salvo para cubrir los huecos vacíos del periodismo.
Nunca pudimos entender que cuando comprás a alguien, lo compras entero. Maradona sin la droga, sin sus declaraciones, es Pelé o Zidane, un respetable Príncipe. No Maradona, el Rey. Sí los reyes también se equivocan y por eso no dejaron de pasar a la historia como tales. Pensemos en Carlos V, en su hijo Felipe el Hermoso, en los Luises pre-revolución francesa. Nunca podremos entender que nosotros le dimos la palabra y lo mareamos para que caiga en la droga. Y hablo en un sentido figurado. Porque no faltará el tarado que diga “Yo no lo obliué a drogarse”. Sí, tarado. Sí lo hiciste, cuando junto a muchos otros millones, tiraste de la soga y lo elevaste hasta el peldaño más alto. Mientras ganara campeonatos, le festejabas todos los abusos y no era un drogadicto. Era un rebelde que puteó a los italianos y te defendió cuando insultaron el himno argentino.

Tenemos ídolos para todos los gustos. En la música a Charly García. Ahora es un “desastre que no sabe nada de música”. Estamos hablando del letrista más prolífico que tuvo la historia de la música de este país. Un niño genio que tocaba a los clásicos en el piano a los seis años. Un tipo que nos dio identidad en la cultura Rock. Pero Charly García es un estúpido que se pinta con aerosol. Está loco. ¿Acaso no lo sabíamos? ¿O nos espantamos recién ahora con sus desmanes?. Somos hipócritas. Nos reímos de una persona de la cuál tenemos guardados todos sus discos y de la que muchos de nosotros está tan lejos (en términos de talento) cómo de las palabras memoria, gratitud, sinceridad. El mismo Charly lo dejó claro en una de sus canciones: "Todo se construye y se destruye tan rápidamente, que no puedo dejar de sonreír... Es parte de la religión, mentir".


Pero no nos sorprendamos. La historia vomita casos: Borges (nos detenemos a pensarlo como un traidor, un arrogante, antes que apreciarlo como a un genio y los que lo tildan de genio, no lo leyeron), Hitler (para el propio pueblo alemán, ídolo y tirano), Galtieri (Cuando tomó Las Malvinas, fue un valiente. Después fue un borracho. Pero la gente no lo quiso ver, prefirió llenar la plaza y gritar desde la cómoda Buenos Aires: Viva la Patria!), Wilde (era homosexual en la época victoriana, importaba más su conducta que su talento) y la lista sigue. Interminable.

Gustavo Bonino

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